16 octubre, 2006

ANTE EL YUGO DEL AMOR


En los desfiladeros del olvido, en las ruinas de la memoria grabé tu nombre, y alrededor de ese fundamento, giro. En la hierba caída, entre las hojas, creció tu figura, en el parque desierto donde siempre te he esperado, con su pleno poder de transformarme de pronto en soledad en llamas, en el reposo del fuego que ignora todo lo existente, donde se extingue la luz que impregnaba el cuerpo de aquella que acaso has perdido para siempre.

Zozobra de un compromiso anegado. De algún tiempo a esta parte las cosas tienen para ti el sabor acre y áspero del triunfo de la derrota, de la madeja de la irrealidad vivida día a día. Es como despertar en un bosque despejado donde se quisiera recuperar lo perdido y sin querer, se destruye lo ganado; donde el futuro es una duda abierta que nos encuentra a solas con nuestras miserables palabras.

Mírate extraño y solo, de algún tiempo a esta parte. Hay que darse valor para hacer esto, hay que abrir la puerta y acercarnos, que ya es tarde, quizás no hoy, pero sí pasado mañana; es doloroso hablar, pero más doloroso aún callarse a tiempo. Cuántas cosas más hubiéramos pasamos juntos, cuántas ya inservibles que en el polvo arderán; sórdida hoguera consumiéndose en mis tristes rescoldos.

Entre somníferos y tranquilizantes, sólo cuerpos desiertos en el lecho sin nadie, ocultos en huraños rincones, guardando un púdico silencio. En espera de una digresión aislada de instantes venideros, considero las variantes del reencuentro e involuntariamente ocupamos su fiel nicho, en espera de encontrarnos con un nuevo brillo en los ojos, con el roce de las manos que se congratulan de poder abrir los afluentes de la imaginación, sin razones para dolerse por habernos conocido, sin el sentimiento de la pérdida o de la derrota; incorruptibles ya, ante el yugo del amor.


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