19 octubre, 2009

COMPARTO LA CIUDAD





De la densidad nocturna salimos airosos, si entendemos su propia lógica, su singular ironía de perseguidores y perseguidos. La noche se hizo para evadir nuestras rutinas, por eso la gente deambula en busca de una rebanada de felicidad, aunque ésta sea efímera, apenas regida por su ideal de libre albedrío.

Te pienso aquí, entre los faros de la Alameda Central, en las calles empedradas, en el cruce de las esquinas con los semáforos en rojo, en la fiesta necesaria para restablecer el espíritu, con una multitud enardecida por la música de Gardel. Luego del festín, todos se repliegan hacia sus respectivos territorios enfilándose por la calle de Madero, por el Puente de Alvarado hasta llegar a Insurgentes o hacia el primer retorno que los lleve a sus reiterados compromisos de habitantes sumidos en la ciudad más poblada del mundo.

Aquélla de donde huiste antes de que una suerte de universos paralelos congeniaran y nos mostraran por segunda vez el cielo, acomodándote de espaldas, dejando que te penetrara con la mirada para que empezara a ver tus lunares como estrellas y pudiera llegar a tu mismísima luna, mientras transpirábamos esa complicidad que pocas veces se da entre dos seres humanos; eléctrica, intensa, creativa.

De las calles recorridas sobresale una espesa oscuridad y desde los callejones se abre el abanico de los asiduos al anonimato; los hombres que fingen ser mujeres para ofrecerse al mejor postor; los patrulleros corruptos que viven de la “mordida” obligada a los intransigentes y los vagabundos que rondan de una diversión a otra en su propia velada.

A las sombras noctámbulas les robamos los minutos que puedan pasar inadvertidos, instantes de un lance pletórico, ensayado en incontables ocasiones para convencernos de la cantidad de tiempo que nos sobra en la existencia. Ahora que nos conocemos más, comparto la ciudad contigo a través de estas palabras, porque es la mejor forma de ubicarme al lado de tus prioridades, haciéndome presente en tus pensamientos, quedándome allí; acercándome sigilosamente a la proximidad de tus linderos.



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