21 julio, 2009

DEL OTRO LADO DEL OCÉANO



Llegó la hora de ir de compras. Actualizar el guardarropa es un buen motivo para renovar el ánimo, -ahora entiendo a las mujeres-, y dejar atrás, todos los problemas que nos aquejan diariamente.

Entro a la tienda, y en el primer atajo llego al pasillo de lencería. Recorro los aparadores y los percheros sin encontrar algo que capte completamente mi atención. Echo un vistazo alrededor, poso la mirada en las texturas del lino y de la seda; la suavidad de las telas me cautiva, y me deslizo entre las prendas ceñidas que erotizan los aparadores. Eso sí, las ofertas brillan por su ausencia.

De pronto, me figuro tus medidas amoldando mi tacto, sintiendo con mi mano al calce, tus formas imaginarias, pero me detengo para ubicar el departamento de caballeros cuando una señora se me queda viendo con un dejo de curiosidad.

Doy la vuelta para perderla de vista y del otro lado veo a los que están cobrando en las cajas, y a la gente que se forma para que la atiendan. Más adelante, veo los trajes, las camisas de vestir, y los pantalones que vienen para esta temporada. Una señorita se acerca a preguntar si busco algo en especial.

Le agradezco su atención inmediatamente. Me ayuda a saber la talla de cuello y el largo de manga de las camisas que me gustaron.

Me recomienda el modelo Europa por su cuello amplio y por la doble costura de sus acabados; me le quedo viendo, la escucho hablar, y pienso en que todo tiene que ver con todo, que casi siempre hay algo que me hace pensar en ti, y en el lugar en donde esté le pregunto al silencio si no estás arriesgando demasiado por querer disfrutar tanto de la vida, aunque en el fondo sepa que es justo eso lo que caracteriza tu estilo.

La variedad de colores me hace pensar que llevaré más camisas de las que tenía contempladas. Gris Oxford, azul cirio, rojo cromado, amarillo ocre, palo de rosa, violeta y el negro elegante que nunca puede faltar.

Escoger ropa para otra persona es una verdadera proeza, pero cuando se trata de uno mismo quisiéramos comprar toda la que nos probamos.

Me voy con el gusto por estrenar las camisas compradas, y no puedo negar que me quedaron a la medida. En una mano llevo la bolsa, y en la otra cargo la carpeta que me acompaña tarde y noche en mis andanzas aquí, del otro lado del océano Atlántico; pensando en lo he dado por tu amor que, de cualquier forma, se va perdiendo sin remedio.

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