11 mayo, 2010

"Deseo tener sexo contigo"


Vladimir la contemplaba siempre a lo lejos, desde un cierto itinerario previsto. Ella levantaba la muralla y fingía no percibirlo, dándole la espalda a su vez, negándolo con la cabeza, con los brazos cruzados.
 
"El deseo es tan fulminante como la picadura de un escorpión", se decía cavilando en voz baja cuando alejaba todos los distractores a su alrededor y su mente se enfilaba de lleno por los paraísos artificiales de su febril enamoramiento.

Entre sueños impíos, no podía evitar que ella apareciera, acercándose a tocarle el cabello, pidiéndole una caricia y rozándolo entre las penumbras. En el fondo, estaba convencido de una cosa; creía que si el contacto físico era disimulado entonces ya no valía tanto la pena... en fin, que no significaba demasiado.

Aunque en el fondo ella lo deseaba cada vez más, Vladimir la excluía de sus planes una y otra vez hasta volverse en él un comportamiento ofensivo, nada provocativo como se imaginaba cada vez que pretendía hacerse el interesante con esa actitud.
 
Así pasaron los días, completando una sucesión de varios meses y cuando se saludaban antes de caer la noche, se veían de una forma menos efusiva.

Vladimir llegó a pensar que ella había dejado de ser aquel hermoso cuerpo del deseo que en un principio lo deslumbrara con sólo insinuarse ante su mirada contemplativa.
 
Ahora, había cambiado esa visión de lo sucedido, pues ya sólo la veía como el cuerpo terrenal que al conocerse le había robado el corazón sin ser rotundamente armónico ni radiante. Únicamente la figura explorada hasta el delirio, apresada en las última horas de la noche hasta agotar los orígenes de toda pretensión humana.

Todavía conseguía ingresar a su universo, pero hacía como que no estaba allí ni en ningún otro sitio; simplemente se arrancaba la posibilidad de su existencia.
 
Durante el tiempo que tenían de conocerse, ya se habían tropezado juntos y los malentendidos habían sido repetitivos, pero incluso cuando llegó a dudar de su esencia femenina, ella se encargó más tarde de disipar cualquier sospecha inmunda dejando al descubierto su desnudez reveladora.

Sin embargo, mientras él dormía, le insinuaba: "deseo tener sexo contigo", eligiendo justamente esas palabras. Rogando a su cuerpo no volver a sentir ese deseo, Lilí le respondía: "Sí, claro."
 
Aunque él no podía comprender en realidad si representaba un "sí, lo sé.", o por el contrario, si debía traducirlo como un "sí, vamos." O más bien, si tan sólo se trataba de un "sí. ¿Y, qué?"

Por ello, cuando se encontraba a solas, escupía expresiones soeces y se maldecía en un absurdo intento de alejar sus sentidos de aquella atracción magnética que tiempo atrás había desatado su locura desmedida. Así, lanzaba insultos al aire con tal de no ir hasta ella y atreverse a tocarla de nuevo.

Mientras tanto, muy lejos de él y sus circunstancias, Lilí daba vueltas con su propio dedo para disolver el azúcar de su café humeante, dejando intacta la pequeña cuchara en el plato de porcelana.
 
Condenada a fingir que la identidad de Vladimir no existía, primero se encumbraba en una pléyade de suposiciones para luego, sin darse cuenta, clavarse repetidamente el aguijón del arrepentimiento hasta picarse como el escorpión que, utilizando su propio veneno para contenerse, también se castiga a sí mismo. 
 
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