19 noviembre, 2009

TU ÚNICO DIOS




Desconoces los motivos precisos, pero siempre relacionas el deseo femenino con el acto de comerte una manzana. Degustar su sabor te parece tan sensual como el goce que produce ese encuentro, donde se trascienden las barreras físicas a partir del furor nacido de un dulce beso.

Mientras la brisa provocativa cobra mayor fuerza para refrescarte con su aliento de verano, las nubes se aglomeran en el vasto cielo. Sentada en la banca de un parque, te tomas la libertad de pensarme en la tranquilidad del crepúsculo.

Ya no puedes ni quieres resistirte. Tal vez finjas que no me conoces, pero en el fondo sabes que eres fiel a mi sagrada voluntad en este mismo instante. Se te hace agua la boca y sin que puedas evitarlo, crecen tus ansias de ser poseída. 

Entonces me sostienes entre tus manos, aumentando los latidos en el ritual de seducción en el que precisas sentirme sobre la superficie de tu piel. Ahora estoy cerca de tu alcance: me imaginas en tus labios, dispuesta a mis delirantes caprichos y urgida de mil caricias, sientes hervir la sangre. 

Mis esfuerzos resultan fructíferos. Antes de morderme delicadamente hasta sacarme el jugo y llegar a mi centro, te figuras que soy esa manzana roja, brillante, aromática. Quebrantada por mi esencia, juegas con mi necesidad de ser palpable, cierras los ojos al fin y pierdes el control de todos tus actos, disfrutándome por completo, pues soy Eros, tu único dios, tu mejor amante.





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