04 enero, 2007

TE ASEDIO EN MIS RECUERDOS

Cada día, todos los días. Así es de pesada tu ausencia. Las noches son más largas si no escucho tu voz. Ojalá pudieras entrar en alguno de mis sueños y cambiar el mundo de lo imposible en algo valedero, en algo verdaderamente sustancial.

Con los labios secos, te siento al pie de mi cama, pero sólo es una presencia fantasmal, una risa sosegada, lo que me devuelve el eco de mis palpitaciones. Doy un trago más a mi bebida, eclipsándose el día y desvaneciéndose las nubes por el ancho horizonte que muestra la tarde.

Se elevan sombras negras que van surcando el cielo cada vez más crispado de estrellas y de su manto cubierto de polvo lunar.

Al pie de un escritorio, hago el recuento pormenorizado, desde las nebulosas fronteras de lo virtual, para saber cómo fue, para admitir los pros y los contras de esta medianía, con el pavor de no tocarte ni en la memoria a corto plazo, de no abrazar nada al despertar a la realidad.


Los días se van sin hablar, el tiempo no se detiene en nuestras latitudes, y sólo recobran sentido los momentos en que nuestros pensamientos se reúnen, para disolver la distancia aunque sepamos que no hay nada peor que el amor de lejos sea de verdad.

Sin percatarnos, damos rienda suelta a la consigna de aquella famosa frase que reza: ojos que no ven, corazón que no siente. Pese a todo, nos empeñamos en buscar otro lema, inventando excusas que sirvan para guarecernos en el territorio de los quereres, para adoptarnos por fin ante la ufana indiferencia.


Con el alma lejos, distraído, con la mirada perpleja, te asedio en mis recuerdos, busco arrinconarte, reducir tu espacio de huída, pero sólo consigo descomponer tu quietud, en espera de que pueda saltar hasta mí tu presencia.

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