21 enero, 2007

AL ESCUCHAR TU VOZ


Me sorprendió que me llamaras; creí que seguía soñando cuando me dijeron, aún con los ojos cerrados, que tenía una llamada tuya, que estabas del otro lado del teléfono, esperando a que te contestara.








Me levanté como pude y lleno de asombro me acerqué a la bocina; descalzo y más escéptico que de costumbre, te escuché decir tu nombre y entonces supe que no se trataba de una broma.



Me encantó oírte aunque fuera brevemente; tu voz se me hizo tan jovial, tan fresca, tan simpática, con ese acento tan particular, con esa naturalidad tan tuya que me obliga a no confundirte con nadie más.












Ojalá que no sea ni la primera ni la última vez que intentes acortar las distancias de este modo, porque al escuchar tu voz me quedó ese suave rumor con el que pronuncias las palabras y el anhelo insistente de sentirte pronunciarlas con el mismo furor, pero cerca de mi oído.

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