Una gran aversión nos dominó después de haber dicho “te amo” hasta el cansancio. Rodeado de múltiples compañías, hoy te veo tan extraña a mí, superlativa en el deseo de dudar en lo imprevisto ante la obsesión que más me cuesta contener en su cauce establecido.
Nada nos quedó después de lo compartido cuando decidiste buscar la dicha perdida en lo que jamás te podrá ofrecer la incertidumbre. Luchando contra el rompimiento de todo lo que nos acosaba en la inmediatez de la risa, comprobamos el agobio por ensayar lo desconocido luego de probar la inmortalidad.
Nuestra pasión quedó a la deriva y nos venció el letargo de sabernos domesticados por un sentimiento impuro, pero invencible desde su misma naturaleza, porque no pudimos escuchar la noción de lo que supimos crear alrededor nuestro.
La explicación que necesitaban nuestros desconciertos no dependía del esfuerzo por despuntar en el futuro ofrecido, el cual era indiferente por nacimiento. Sólo su inminencia pudo evocar el recuerdo de otros tiempos, pues el amor fue un juego con el que nunca nos comprometimos.
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