La escritura no puede representar o significar el amor, pero en cambio, puede simularlo creando atmósferas placenteras que consiguen atrapar los sentidos del gusto, del tacto, de la vista, e incluso del olfato, exaltando así los ánimos de quien se atreve a aventurarse por sus intensidades.
Cuenta mucho la fantasía que acompaña a la imaginación, dejarse llevar por ese camino hacia lo perfectible y lo deseable. El enamorado duerme poco y casi nunca descansa, siempre se desvela para hallar la forma exacta de conquistar a su amada.
La escritura amorosa crea un bello lenguaje articulado desde el propio cuerpo, volviéndose un arte de la seducción, pero asimismo, constituye a la larga una especie de catarsis del dolor que sirve para dejar testimonio de lo sucedido y exorcizar todos los males.
En la escritura vivencial se describen los pormenores del desamor, incluyendo los trágicos celos y los tormentos somáticos de quien se enamora. Así como existe el lado tierno, también se reproducen en la realidad las circunstancias de querer sin ser correspondidos; esa es la otra vertiente que no se puede soslayar.
Tal escenario simboliza ciertamente, el gran sufrimiento del amor, porque no se puede vivir guardando odio en el corazón, ni alimentando rencores por los amores del pasado, esos que ya no están pero que un día sí tuvieron un inmenso esplendor.
Desterrando a la soledad que se vuelve tragedia cuando existen los despiadados celos. Sobretodo cuando éstos terminan en obsesión paranóica. Ante este panorama, es difícil no decepcionarse o sentirse insatisfecho en cualquier momento, huyendo siempre del amor no correspondido y buscando sin cesar el momento de cumplir los más preciados anhelos.
Pero cuando se supera la tormentosa soledad y la no correspondencia, la inspiración del enamorado no se detiene: su locura con frecuencia se vuelve el centro de su relaciones amorosas. Se desata el nudo de la creatividad y las musas acuden por fin al llamado. Es entonces cuando la sensibilidad aumenta, la escritura sube de temperatura y se estremecen las palabras, volcadas hacia la pertinaz tarea de revelar la intensidad del encuentro en pareja.
Las prioridades por resolver giran hasta tener otra importancia y su tema número uno es indagar el carácter sagrado ya no de lo amado, como en un principio, sino del puro sentimiento amoroso. En la medida en que se logra concretar ese juego de seducciones, los motivos de sus atenciones y cariños también son llevados al terreno de lo literario.
Justo allí la expresión del amor desmesurado se vuelve paradigma en la escritura. Esa es la razón de que Dante le haya cantado con tantos versos a su Beatrice, pasando por todo el Infierno, el Purgatorio y la mayor parte del Paraíso.
Es inmejorable el ejemplo de ese amor casi beatífico, mezcla inequívoca que se cristaliza como la misión sustancial de una vida dedicada a la hazaña de amar a otro ser, pero sin olvidar en absoluto que la redención del escritor está en el amor, y no en lo amado.
1 comentario:
me as dejado anonadada con este escrito me a encantado besos y abrazos cris
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