16 octubre, 2006

EL PLACER CONTENIDO EN EL AMOR


Todo fue tan imprevisto y tan fuera de lugar que, después de acomodarnos la ropa, nuestros cuerpos seguían temblando como si un terremoto en crecida nos sacudiera desde adentro.

Nuestras caricias consideraron que era preciso perpetuar aquella noche, y la posibilidad de emerger de la prisión de nuestros miedos se volvió palpable, al volvernos cómplices de la intrépida determinación de amarnos.

Quizá debimos esperar una ocasión más apropiada, pero la voluntad de reafirmar nuestra existencia fue más poderosa que los impedimentos de la oscuridad envolvente y la ansiedad incontrolable.

Un río de emociones inundó el cortejo repentino donde las yemas de mis dedos se derritieron para cubrirte de halagos. Extasiada avanzó una de mis manos bajando por tu vientre para sentir, al fin, la materia ondulada de un sendero desnudo de razones.

En esa emoción interna nuestros espíritus comenzaron a alimentarse y, sin advertirlo, iniciamos el ascenso para continuar con el deseo enamorado de encontrarnos lo más cerca posible.

Con los ojos cerrados acaricié tu espalda hasta sujetarte de la cintura y confiados en la satisfacción que nuestros cuerpos nos otorgaban, cancelamos todas las palabras que pudieran oponerse a dicha lógica y en ese instante el mundo quedó paralizado.

En la medianía de aquellos momentos proverbiales erradicamos la inseguridad al entregarnos por completo. Rodeados de hechizos y encantos transformamos la apariencia de las cosas. Así, descubrimos juntos el placer contenido en el amor y sobrevivimos al temor de cualquier reclamo rescatando una verdad de mayor pureza.

Cuando interrumpimos la pasión de nuestro encuentro furtivo, una trémula torpeza se alojó en nuestros pasos provocando en ambos risas nerviosas, y bajamos las escaleras con las piernas tambaleantes. El clamor de nuestra unión develó aquello que subsistía latente, esperando que los presagios quedarán confirmados.

Nos tomamos de la mano con mayor firmeza y tratamos de conservar el equilibrio que aún nos quedaba. La tentativa de pensar en los errores del pasado sufrió un vuelco al descubrir que por nosotros fluía la eufórica certidumbre de vernos reflejados en los ojos del alma.

De pronto, te pregunté qué sucedía cuando noté que comenzabas a sollozar. Me pediste que nos detuviéramos para recuperar el aliento; nos abrazamos muy fuerte, hundiste tu cara en mi cuello y nos estrechamos con una plenitud que permanecía anestesiada por las falsedades. Desconcertada, intentaste contener las lágrimas mientras nos abrazábamos de nuevo, devolviéndonos la calma.

Nos miramos un poco asustados, asombrados ante la magnitud de nuestro atrevimiento, pero en el fondo, agradecidos con la vida por dejarnos experimentar el hecho de sentirnos amados como nunca antes. Por dejarnos encontrar la continuidad de un sentimiento aplazado por el temor de lastimarnos y saborear en unos segundos, una muestra de la asombrosa eternidad condensada.

Ahora vuelvo a cerrar los ojos para sentir que en mis manos respira tu deseo, porque al caer los párpados, después del vértigo y el abandono, estoy seguro de tu presencia. Es entonces, cuando comienzo a extrañarte, que acudo al arrullo del sueño, y observo tu rostro entre mis sábanas.


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