27 septiembre, 2006

COQUETERÍA INNATA


Yo sólo le escribo a esa morena, mujer soleada en el ocaso de la tarde, fragor que incita la última puesta de un sol luminoso y radiante. Rumor de jilgueros que acechan la estilizada silueta de una amazona en su hábitat; voces que se acallan hablan de su ancestral exquisitez.

Pero de espaldas, sentada en el pasto, asemeja el busto tallado de una diosa griega, esculturales formas de un ser destinado a la alabanza, al grato homenaje de los mejores halagos; portentosa dueña de una singular belleza.

Posa rodeada del candor de los frutos en primavera, de las presencias indeseadas que la espían, del manto de nubes densas que imitan la inquietante forma de su espesa cabellera.

Junto a ella, pareciera que no hay mayor creación de la naturaleza; frente a mí, descansa encumbrada en el despliegue de sus infalibles artificios, de su arsenal de coquetería innata, de la mirada inocente y pícara con la que caigo rendido a sus caprichos.

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